REVISTA METAL Nº 6 (2020)
SECCIÓN PÁGINA DE ARTISTA
Blog Arte en Shot
GRIS FRONDOSO
Espacio Andrea Brunson
El bosque supone lo oculto. Es el encuentro simultáneo, la inmersión en una vegetación particular, lo que no se mira de una sola vez, la pérdida de una posición estática. Es la audacia de saber entrar donde no existe un horizonte sino la repetición del discontinuo. Mi bosque, escribía Alejandra Pizarnik: acumular deseos en plantas ingratas/ referir lo tuyo/ en verdor solemne/ y entonces vendrán diez caballos/ a tirar la cola al viento negro/ moverán las hojas/ sus crines mojadas/ y vendrán la escuadra/ redondeando versos.
Loson presenta la imagen del bosque como si perteneciera a una reminiscencia de sueños, recurre además a aquellas figuras acumuladas en la retina después de escuchar construcciones legendarias de cuentos infantiles. Un bosque y las obras que lo acompañan, residuos, manchas, como un cuerpo oculto que ya no persiste. O los encuentros posibles de su recorrido, como trazos de una narración que nos invita a construir utilizando nuestro propio relato. Instala sus obras en forma de despojos, sobre una mesa, una suerte de cartografía de sueños; el material -principalmente el carbón vegetal, agudiza esta lectura. Por un lado parece provenir de la misma naturaleza de esta imagen primitiva y por otra, nos señala el cuidado que debemos tener frente a lo que frágilmente se olvida, como en la delicadeza de no pasar a llevar estos dibujos, que se sitúan en un momento indefenso frente a la hoja en blanco. Loson parece llevarnos a un estado cercano a la infancia, con sus recuerdos que van y vienen como los animales que sitúa incómodos en este contexto, y que parecen recordarnos que el olvido es parte de la construcción de historias.
Francisca Aninat
UN MURO MÁS ALLÁ
Galería HACHE
Un muro oscuro y lustroso, pardo violáceo
Un muro lítico, amorfo desencadenante
Un muro cartográfico
Un muro y un horizonte
Un muro y un horizonte fronterizos
Un horizonte huesudo juega guiado por su propia materialidad
Un horizonte táctil, sólido, invisible
(trazar y borrar)
Un horizonte topográfico
Un muro topográfico
Un muro de cueva resbala opacado a caricias
Y piedras de toque para conocer más, más, más
Y las planicies de espíritu abstracto
Y un horizonte ciego confía
Un horizonte elevado
Un horizonte rehecho, reubicado, recentrandose siempre
Un horizonte convexo y un muro cóncavo
Un muro abrazado
Un muro de sombra de diamante
(mujeres hicieron la mayoría de las pinturas rupestres)
Y las finas escamas metálicas, íntimamente hexagonales
(trazar y borrar)
Y el cielo en el piso, literal, en el piso literal
Y las montañas también, las y la montaña
Un horizonte inorgánico
(las moléculas orgánicas también pueden ser creadas por procesos no biológicos)
Un horizonte futuro espera durmiendo
Y las herramientas opuestas
(trazar y borrar)
Y las manos pintadas
Y el mundo que existe: marfil, carbón, nucleo y corteza
Y un muro infinito y grumoso
Un muro lamido que gotea negro reflejante
Un muro acogedor avanza cavernoso y frotado
Y un pigmento absorvente, gris topo, tierra tostada y hollín
(trazar y borrar)
Otro horizonte, no lineal, a vuelo de pájaro, y otro, y otro
Y estampidas de elefantes fósiles
Y mapas de luz
Y el canto que marca y marca
Y las escrituras de acero
Y el blanco manto polvoriento
Y la roca de humo, expansiva como nubes marinas
Muro y horizonte
Max Gómez Canle
Buenos Aires, junio 2018
FONDO-FONDO
Galería Hache
Elena Loson trabaja sobre dos territorios: el plano de tela o de papel y su propio taller, territorios de límites precisos y cercanos. El universo material con el que avanza sobre ellos también es acotado: se resuelve entre grafito, lápices y tinta. Elena se priva también del color, para manejarse con la paleta sutil de los valores que ofrece el negro y una colección finita de lápices que oscilan entre los grises, el celeste y el piel. Ha ido renunciando incluso a la imagen referencial que habitaba sus dibujos y pinturas; en estos últimos trabajos no hay escritura ni signo reconocible, no hay figuración de nada cuya idea exista previa a su trazado sobre la superficie de trabajo. Profundizando aún más en este panorama de restricciones, se ha dispuesto a trabajar a partir de ejercicios básicos y casi residuales: el del dibujo elemental -una raya que viene y que va- y todo aquello que usualmente se ejecuta en los bordes de los trabajos de los artistas o sobre superficies que se descartan como resto. A contrapelo de las acciones más “intencionales” de la creación en el arte, donde el acto físico e instrumental se propone como mediador de imágenes o de símbolos, las de Elena son los hechos más concretos y elementales de su oficio: para ella, pintar o dibujar pasó a ser lo mismo que limpiar sus rodillos, probar y gastar sus lápices o estirar una tinta. Su imagen es su método.
Proponiéndose andar en este aparente desierto, Elena ha logrado, sin embargo, acariciar el infinito. A tientas, como olfateando la sabiduría de que sólo la repetición permite variación, sólo el desapego proporciona liberación, su catálogo básico de herramientas desató una serie de acciones que parece no acabar nunca en su capacidad creadora. Guiada por esta especie de arqueología de taller que se impuso algo intuitivamente como proyecto -el estudio del espacio que habita a partir de sus propios restos-, comenzó a dar forma a un ensayo interminable sobre la aparición y la desaparición de las imágenes, sobre la transformación de la materia en imagen, sobre la anulación del principio según el cual entre la superficie de trabajo, la acción y la imagen lograda existe una relación jerárquica. La pregunta sobre quién activa a quién tiene en su trabajo múltiples respuestas.
Si la preocupación inicial de Elena era cómo ocupar la tela o el papel, “cómo lo material traspasa su naturaleza, atraviesa su dimensión hacia el campo simbólico de la imagen”, según sus palabras, el resultado es una serie de obras donde el ejercicio de trabajar sobre lo dado -calcar con un rodillo entintado los restos de material que quedaron bajo un papel, o repetir un simple gesto hasta acabar con sus lápices o romper una bola de grafito- descubre geografías, representa el espacio habitado según las fuerzas naturales y humanas que le dan forma. Desde la más estricta simplicidad, su trabajo evoca voz y silencio, fuerza y cansancio, transparencia y opacidad, el carácter difuso entre lo presente y lo que vemos, el espacio de infinitas sutilezas que existe entre lo vacío y lo lleno, entre el antes y el después del acto de marcar y de manchar, en todas sus intensidades. Elena levanta y deja huellas, sus dibujos se vuelven brumas, atmósferas que difuminan el horizonte y la gravedad que nos ordena, yuxtaposición de imagen y de acto que vuelve a todo no sólo figura, sino también puro y profundo fondo.
Alejandra Aguado
Buenos Aires, Septiembre 2016
Fundación Esteban Lisa
El viaje, en sus disímiles acepciones, activa una nueva cartografía emocional que tolera un dislocamiento en la percepción, una extrañeza que configura una nueva topología donde los sentidos se anudan de manera diferente a lo cotidiano. Instala una condición de extranjeridad, con sus declinaciones en lo extra-ordinario, que sólo es suficiente si se sitúa una percepción disímil dentro del usual horizonte de expectativas.
Así, la experiencia de ser extranjero acepta la duda sobre lo dado, sobre las certezas, y se reconcilia con la contingencia que surge de un desajuste. Habilita un acomodo de la identidad en la que tradicionalmente nos reconocemos para reconfigurarse en una extranjería situacional, en una transición con implicancias diversas. Eres polvo, exposición de Elena Loson, da a ver piezas que se inmiscuyen sobre los tópicos de la ocupación, desocupación y reocupación vinculada a esta noción, como también a las negociaciones inherentes a la instancia de desapego en donde la percepción habitual pareciera, aunque sea por unos segundos y una eternidad, quedar en suspenso y la sugestión hacerse presente.
Eres polvo, entonces, muestra trabajos en dibujo que representan animales de juguete, productos serializados y de consumo masivo, en tránsito. Cebras, hipopótamos, elefantes, gorilas, camellos. Vistos de frente, de perfil, cenitalmente, por debajo… Aquí no hay particularidades, sino sólo representación de tipos, de animales ajenos a nuestra cotidianidad que sólo podríamos ver representados o en un zoológico en cautiverio.
Y alces. El animal que escapa a este conjunto de reconocimiento de delimitación geográfica precisa, con todos los componentes y matices de abstracción, fantasía e imaginación que alberga África como continente. ¿Qué hace un alce aquí? Opera como símbolo de las operatorias implementadas. Es el extranjero entre los extranjeros, la punta de la cual tirar para desanudar este meollo.
Loson trabaja con grafito. Con este material marca la línea y, también, cubre superficies. En todos los casos, no busca una representación ilusionista, pero si verosímil, y así señala la bidimensionalidad del soporte y las operatorias que implementa. La proporción entre su tamaño y los motivos estructuran narrativas en donde el tránsito o el agobio se muestran en dos zonas precisas: en una impera el color; en la otra, el blanco y negro. A su vez, opera con el residuo del proceso de constitución de una obra y lo reutiliza como huella de procedimiento y, también, como asunto. Muestra restos de las operatorias de las que se vale y es aquí donde, nuevamente, posibilita la apertura hacia la noción de extranjeridad. Al dar a ver el desecho, nos señala las cualidades poéticas que poseen y, en una dinámica tautológica, refracta en la sorpresa que la mirada encuentra en éstos. Y es aquí, entonces, donde la extranjeridad convive con nosotros diariamente.
Sebastián Vidal Mackinson
Buenos Aires, Julio 2015
Fundación Esteban Lisa
El polvo por la parte
La parte por el polvo
1
Dijo el filósofo: “Todo lo sólido se desvanece en el aire”[1], cuando habló de la modernidad y de la cultura alguna vez contemporánea, que se reinventaba una y otra vez fundando aquel “mito ilustrado” de la racionalidad. En la constante transformación de sí misma, surgía al mismo tiempo y de manera cíclica su constante destrucción.
De la inutilización, desaparición o desarme de un elemento, de una idea, de una emoción. Pero luego es esa parte muy menuda y deshecha la que fácilmente se levanta en el aire y, como un cúmulo de pensamientos y energía, se queda ahí, a la espera, un largo rato antes de desvanecer.
Antes de disgregarse en otro cuerpo que ya no es sólo cuerpo sino que es también potencia. No es que la espera culmine al hacerse parte de algo nuevo, es que, como parte, aún remite a sí misma y a algo más que a sí misma. Y se amplía compartiendo sentido hacia la reconstrucción.
Se restaura un todo de aquella parte que, como la ruina, es capaz de imponerle una tarea al pensamiento: la de realizar una construcción nueva a la que, como el fragmento, nada le antecede.
Nace del fragmento todo lo que en sí siempre está por nacer; como la modernidad del filósofo, se expande y se contrae y nunca es nada más que él mismo. Es esta cualidad la que se extiende a –y gracias a– aquel cuerpo en el que es parte, compartiendo y esparciendo en este su naturaleza incompleta, que no es falta ni fractura sino sólo inacabado.
2
Lo inacabado nos guía a la pregunta por eso a lo que [el fragmento] remite y a lo que pudiese remitir. Pensar las posibilidades deriva en incertidumbre. Entonces la obra, aquel espacio de apertura y particularidad, se revela como un nuevo intento inscrito en la incesante empresa humana de entender el universo.
El universo y la vida y la historia de la vida, que no es posible reproducir la realidad y, sin embargo, existe. Cuando el sol irrumpe en la oscuridad, de algún modo nos parece que se ha solidificado el aire. Así van surgiendo las certezas que terminan por posar esas partículas de sólidos flotantes sobre planos, formas, fondos, contrastes, siluetas, recortes, de las partes y del todo.
Que se desarrolla a partir de uno, no otro que sí mismo. Concentración de elementos, grafías, personajes; a veces en marcha, a veces en penumbra, a veces ausencia, a veces traspaso. El todo, cimentando en hacer. Porque no se puede hablar de lo que se nombra sin antes haberlo hecho, es en la práctica donde aparece ante otros ese espacio que habita la inmensidad.
Lo vasto por lo que es uno, en la parte y por el todo. Del polvo la obra que no es fin, es recorrido, no es producto, es evidencia de que se hace. De la mano y lo hecho a mano, de lo humano ante el tiempo y la distancia para hacerla imperceptible.
3
No se nota el abismo en los grafismos ni en los colores en forma, son la cuerda y los retazos condición para lo inexplicable. Lejos de la mera forma, la obra es al mismo tiempo idea, sentido, despliegue de un sentido que deviene en la expansión y latencia de algo más que lo innombrable.
Si el nombre no es más que falta de precisión para referirse a lo mismo, la obra es clasificación que moviliza al pensamiento, síntoma de la mano que ahí, cuando habla, se extiende para que el otro, cuando escuche, encuentre con ella el absoluto. La obra es acto y convergencia de libre elaboración de sentido y de autodestrucción.
De la sustancia que molida en partículas muy pequeñas aún exhibe su esencia. Al conocimiento por la prueba para llegar a la síntesis. Lo oculto en lo conocido. La identidad en pequeñas masas de color que se toman el soporte trazado y desaparecido bajo el grafito, en la silueta del animalario cuya ausencia nos recuerda al momento de su creación.
Reproducción del camino andado a tientas y a distancia, obligando la invención de lo nuevo y de lo mismo, que se invierte y se revierte en la hoja y en el muro. Un universo ordenado en la forma y en el resto, en la tinta y el reverso, en la matriz y en la estampa. La verdad que no se encuentra más allá de la experiencia.
Del descubrimiento cuando se escapa por la mano el pensamiento, origen, resultado y retorno del proceso, metáfora de aquella in-evitable despedida. Del inicio el transcurso y por la parte el polvo. No está el todo en el origen pero hay posibilidad.
Fernanda Aránguiz M.
Santiago de Chile, 2015
[1] Título del filósofo estadounidense Marshall Berman, publicado en New York en 1982.
HUELLAS EN EL BARRO
Galería Pasaje 17
Una huella representa un rastro material, el indicio de que alguien ha pasado por allí, dejando un vestigio para el que aparece después. El cazador, tendido sobre el barro, escudriña los rastros dejados por su presa. Aquí el cazador es el espectador que re transita el sendero propuesto por los artistas y construye un relato propio. Goin, Guiot y Losón, tres artistas con una poética propia y bien definida, se conectan aquí a través de la ejecución de acciones mínimas que despliegan un todo complejo, invitando al visitante a apropiarse de esos relatos para construir uno propio ayudado por esos indicios presentes en cada obra. Una propuesta curatorial sugiere una lectura o una mirada que va en paralelo al relato presentado por cada artista, de modo que cada uno pueda mantener su propia narrativa e interconectarse entre sí a través de este nuevo relato. Las obras de éstos tres artistas plantean situaciones complejas que parten de decisiones simples y mínimas como en el caso de Fernando Goin que elije escenas de archivo y steels de films que luego lleva a distintos soportes, claras acciones de selección y señalización que hacen que aquellas imágenes se transformen según el contexto en el que actúan y las relaciones posibles que el público pueda realizar. En obras como “Agustín Tosco”, el título es anulado para obstaculizar cualquier relación histórica y a través de esa actitud simplificada, dejar abierta la narrativa de la obra. Para Pablo Guiot en la performance-instalación “Stock”, en la que trabaja durante varias jornadas en la construcción de formas en yeso, que luego pinta y acumula en una estantería, es la actitud de acumulación la que construye el relato, ya que las piezas van apilándose en la repisa, cayendo y cubriendo el suelo de fragmentos, haciendo evidente la fragilidad del producto artístico. Elena Loson, parte del video-dibujo “Tratar a un elefante”, donde marca, borra y reescribe una línea que no es permanente y que va reforzándose en la insistencia de la huella, hasta llegar finalmente a configurar una forma concreta. El gesto es mínimo, y es en la economía de los recursos que la obra se transforma en potencia para el espectador. Así el visitante se encuentra en este sendero pantanoso que es todo encuentro con la obra, donde tiene que ir inmiscuyéndose en los resquicios que encuentra y seguir las huellas hasta poder configurar su propia poética. Tal vez no se trata de reconstruir, sino de construir partiendo de la estructura propuesta por el artista, tal vez se trate de cazar, de apoderarse de los indicios y producir un nuevo discurso. Algo es cierto, frente a obras de este tipo, la actitud no puede ser austera, sino que es necesario dejar fluir el deseo de poseer, apropiándose, queriendo llevarse pedacitos de ellas para poder comprenderlas, para poder asimilarlas.
María Lightowler
Buenos Aires, 2014
FIGURITAS DE ACCIÓN
Central de Proyectos
Elena Loson viene de visita con obra reciente.
Desplegado su universo y a primer golpe de vista reconocemos materiales e intereses que Elena viene trabajando hace tiempo en su producción artística.
El grafito, siempre presente, vuelve a aparecer, esta vez con marcadores en una serie de dibujos sobre papel en distintos formatos. En ellos acude e incorpora de su inmediato cotidiano figuras de animales de juguetes rescatados de fiestas infantiles.
Trabaja con ellos en un nuevo ejercicio de convivencia, donde la austeridad del grafito, el color de los marcadores y las referencias más cercanas a su íntimo mundo convierten al papel en un territorio en disputa.
Pequeñas historias que se hacen enormes, como un juego de sombras en la pared.
En cada trabajo, la artista deja las claves para cruzar la línea de un tiempo que parece detenido en fotogramas. Cada captura contiene en si misma el silencio antes de la tormenta.
Los animales curiosos y expectantes se entregan a la fuerza misteriora de un punto negro. De muchos puntos negros. De una masa avasallante de puntos negros. En una dinámica de juego y exploración, ambos equipos se miden y se conquistan, y con el cruce por fin se fusionan, elevando la tensión al punto de explosión de una supernova. El polvo de grafito se esparce en la hoja y un paisaje latente vislumbra cuánto se extrañan.
Dani Vega + Central de Proyectos
Septiembre 2012
INVITADOS A TOMAR EL TÉ
Centro de Extensión UC, Santiago
Estamos invitados a tomar el té./ La tetera es de porcelana /Pero no se ve,/
Yo no sé por qué. (…)
Parece que el azúcar /Siempre negra fue/ Y de un susto se puso blanca /Tal como la ven,/ Yo no sé por qué. (…)
Los pobres coladores/ Tienen mucha sed /Porque el agua se les escapa
Cada dos por tres,/
Yo no sé por qué.
Fragmentos de la Canción para tomar el té, de María Elena Walsh.
El punto de encuentro entre nuestra obra radica, en líneas generales, en las condiciones de producción que la originan, a saber, el hecho de ser argentinas residentes en la ciudad de Santiago. Este hecho anecdótico se ve resignificado cuando observamos cómo nuestra producción de obra está directamente atravesada por esta condición, ya sea por la influencia del medio en el que nos encontramos, como por las temáticas que desarrollamos.
Así, como resultado del sinnúmero de conversaciones e intercambios propiciados por la diaria convivencia en nuestros talleres vecinos, surge la necesidad de esta exposición.
Invitados a tomar el té es un título que hace alusión a una canción infantil de la cantautora argentina María Elena Walsh. A partir de su letra, proponemos a través de este conjunto de obras una forma posible de habitar un espacio irreal, subjetivo e inhabitable.
La obra de Sofía Donovan consiste en una instalación. Para su disposición, se empapela un sector de la sala con un papel floreado que abarca tanto muro como piso. Sobre esta sección delimitada por el papel mural, esculturas de formas orgánicas hechas de cerámica esmaltada se disponen sobre distintos asientos, junto a una mesa en las que se encuentran diferentes objetos que remiten a la ceremonia de tomar el té. Estos seres-esculturas nacen de los llamados milagros necesarios de San Isidoro, e instauran el lugar de la otredad a través de su presencia caprichosa y absurda en un ámbito cotidiano (como lo son mesas y sillas). Metáforas de la adaptación de lo extraño o lo ajeno dentro de una sociedad, nos recuerdan cómo las personas definen sus propios parámetros de lo normal a través del enfrentamiento con lo raro.
La obra de Elena Loson, Las cuatro estaciones, consta de una serie pinturas de técnica mixta sobre MDF. Cada una presenta un autorretrato frontal de cuerpo entero de época de infancia, siempre respetando la misma relación de proporción entre figura y fondo. Las imágenes apelan a una sensación de vacío dada por la gran cantidad de espacio sin intervenir que rodea a la figura. En conjunto, sin embargo, la serie evidencia una suerte de detenimiento sobre la niñez, figurado a partir de la constante repetición de la niña, que no crece, contrastado con el paso del tiempo que se manifiesta en los cambios de vestuario. Las cuatro estaciones es un trabajo autorreflexivo, que se detiene sobre la propia imagen para constatar la inevitable inmensidad de nuestra existencia.
Mientras que una obra habla de cómo se habita un espacio desde su omisión o no representación, la otra nos presenta, contrariamente, el espacio habitado por formas que remiten más a una ocupación fenomenológica del lugar. Lo fantástico, o el plano de la irrealidad, se hace presente tanto en la extrañeza de cuerpos antropomórficos y viscerales como en la representación reiterada de un personaje que interrumpe su narración en la frontalidad de su descripción.
Ambas obras, en comunicación, relatan la adecuación de un cuerpo a un territorio, -el del arte, el de la ciudad, el del lugar que sentimos ocupar-, territorio que su vez se ve redefinido por la confrontación inevitable con la mirada del extraño.
Así, el tema de la habitabilidad de espacios subjetivos se ve complementado con la aparición del tiempo como una condición necesaria para este habitar. En las pinturas, el tiempo aparece en la repetición continua de una imagen estática, es decir, en su contrario: la representación de una atemporalidad. El dibujo como medio para representar al personaje de la niña se convierte en una suerte de ejercicio de reconocimiento, es decir, el dibujo como pensamiento. Complementariamente, en la instalación aparece la sugerencia de un acontecimiento absurdo: el de la reunión de criaturas de cerámica para desplegarse en un ámbito humano. Entonces, el espacio habitado es un lugar que se construye desde la propia subjetividad, desde las definiciones de territorio y de habitar que cada una de nosotras propone complementariamente.
Por último, este exposición instala en el ámbito de exposición chileno una propuesta artística que cruza las influencias que hemos recibido en el ámbito local, junto a nuestras particulares formas de abordar el quehacer artístico desde la experiencia de situarse como el otro en el habitar un territorio nuevo. Ambas obras hablan de la adaptación, del acontecer del extranjero apelado desde un espacio más emocional que territorial, de cómo elaboramos estrategias para habitar espacios, y otras veces, de cómo esos espacios nos habitan a nosotros.
Elena Loson y Sofía Donovan
Santiago, 2012
Ejercicios desde la periferia Pinacoteca U. de Concepción, Francisco Bruna y Cristián Corral, por Elena Loson 2009
De la relación entre Mafalda y la identidad latinoamericana
Revista Cátedra de Artes 06/09 UC por Elena Loson 2009
SOBRE LA PINTURA
Galería Juana de Arco
I
Elena Loson es una desmitificadora.
Si en este momento nos pareciera encontrarnos ante una muestra de autorretratos, sería conveniente mirar detenidamente. Lo que valdría como obra pictórica que se encuadra dentro del género autorretrato, aquí se desdobla ante una mirada atenta para demostrar que tiene otra categoría y que, por ende, el enunciado hace posible otro tipo de comunicación. En este sentido, a pesar de la cualidad de alta referencialidad que contiene la obra (el personaje representado es la misma artista), el carácter estatuido no es el de autorretrato sino el de retrato.
Esto es lo que uno encuentra cuando se detiene ante cualquiera de estas obras. No existe ningún carácter libre o autosostenido de la figura representada, sino que es concebida, prefigurada por el acto de recorte de sus significantes que la convierten en personaje. Personaje que mantiene una relación de cierta objetividad, extrañamiento, cercanía, lejanía y cariño con la propia artista. Personaje que, asimismo, es moldeado, como punto de inicio, de una imagen de Losón fotografiada pero que no responde a una figuración objetiva de su persona.
Así, Loson, como desmitificadora, está específicamente sugiriéndonos mirar atentamente debajo de un género pictórico tan pregnante como es el autorretrato. Incluso también nos está mostrando la terrible tentación de aceptar que esta obra es un autorretrato, con una figura autoportante representada que, pareciera, lo declama a viva voz.
Este desdoblamiento se provoca por un lado, por la distancia temporal de la figura representada y el momento en que la obra fue producida, y se produce también por el carácter constructivo de los significantes (el encuadre, la luz, el trazo del grafito) que permite diversas coordenadas para distanciarse y apreciar la obra desde el punto de vista antedicho.
II
El tratamiento del género retrato se podría sintetizar en dos presupuestos. Se intenta acercar, por un lado, al mundo interior del retratado a partir de la mirada, el recorte, la diferencia y distancia que se establece entre uno y ese otro a retratar; y así, exponerse a la pregunta de cómo acercarse a ese objeto que seduce. Más allá del modo implementado, este acercamiento supone un intercambio de identidades, un cruce de miradas, un diálogo.
Los retratos de Elena Loson son retratos en los que no sólo se trata de observar sino que también se trata de construir. No se pone en marcha un dispositivo de objetivación del objeto representado en referencia a su real, sino que la propia estructuración pictórica también entra en escena para dar su cualidad de verdad. Es esta cualidad individual la que hace que estas obras tengan mucho de escenas en las que algo que se nos escapa aparece; en las que, asimismo, hay algo que desdobla la imagen y que señala la distancia existente entre la retratada y la artista. Son retratos en los que el trazo, el encuadre, el color, nos demuestran cómo la artista está buscando la imagen en las instancias en las que el extrañamiento y la distancia temporal señalan a una figura a retratar.
Sebastián Vidal Mackinson
Buenos Aires, 2007
¿CUÁL ES TU COLOR?
Galería Juana de Arco
¿Pero el amor...no está acaso en el origen de toda creación? Henry Matisse
Si tuviéramos que abordar el concepto de color frente a otros aspectos compositivos de una obra plástica, podríamos comentar que la línea o el espacio pertenecen a tipos de composición más intelectualizados, más pensados y razonados. Su presencia ante el ojo del espectador despierta interrogantes que se relacionan más con el modo de pensamiento abstracto. Frente a los modos antes nombrados, el color se presenta como la posibilidad de la “pura sensibilidad”. Es así como los trabaja Elena. No busca el color de las cosas, sino el color en sí. De esa manera intenta despegarse de ciertas normas que nos hacen relacionar los colores con determinados conceptos culturales. Los celestes son indistintos, los rosas no son exclusivos a la feminidad. Por eso aísla las figuras. Las trabaja en espacios de intimidad en los cuales se descarta el relato de la historia. Elena quiere quedarse con la esencia de esos momentos. Destellos fugaces de tiempo que recuerda a partir de colores.
A pesar de la soledad de las figuras, de su presencia intimista dentro del recorte del marco, son en realidad seres fragmentarios, que adquieren la condición de uno, a partir de su espejamiento con el otro. Las figuras hablan del color, claro, pero también hablan del amor. “En el Banquete de Platón, cita Gadamer (Gadamer, 1991:84) (...) Aristófanes narra una historia, sobra la esencia del amor. Cuenta que los hombres eran originalmente seres esféricos, pero habiéndose comportado mal, los dioses los cortaron en dos. Ahora, cada una de esas dos mitades, que habían formado parte de un ser vivo completo, va buscando su complemento. Cada hombre es en cierto modo, un fragmento de algo, eso es el amor: que en el encuentro se cumple la esperanza de que haya algo que sea el fragmento complementario que nos reintegre”.
Como los colores complementarios que trabaja Elena, uno con otro, tratando de fundirse en una unidad, que dé como resultado esa explosión de color que significa recordar con pasión, crear con pasión, amar con pasión.
Ana Palermo
Buenos Aires, 2004